Testimonio: Experimentar a Cristo para expresar a Dios en nuestro diario vivir

 

Dios desea obtener una expresión de Sí mismo, pero ¿cómo puede Él expresarse siendo invisible? Él se expresa por medio de Cristo: quien es la imagen del Dios invisible (Col. 1:15). Cuando Cristo vivió en la tierra, Él expresó a Dios en Su vivir, en Sus hechos, en Sus palabras y en Su trato con los demás. Expresó los ricos atributos de Dios mediante Sus virtudes humanas tales como amor, humildad y compasión.

Si bien es cierto que Dios desea ser expresado, no quiere hacerlo mediante una sola persona, sino que Su deseo es expandir Su expresión en todos nosotros. Por eso Él nos creó a Su imagen, es decir, con virtudes humanas internas que tienen la forma de Sus atributos. Estas virtudes humanas son como una fotografía de los atributos de Dios; poseen la imagen, pero no la realidad. 

Por ejemplo, todos tenemos cierto grado de paciencia, pero es limitada y temporal. En cambio, Dios es la paciencia ilimitada. Por eso Dios en Cristo desea llenar nuestra virtud consigo mismo como la verdadera paciencia. Sin embargo, muchas veces buscamos y nos esforzamos por obtener virtudes que, aunque logremos cultivarlas y desarrollarlas, finalmente nos daremos cuenta de que son vacías y efímeras. No tienen una realidad interna porque carecen de Cristo. Si tenemos el anhelo de ser la expresión de Dios, nuestra percepción y relación con Cristo tienen que cambiar porque sólo en Cristo encontramos todo lo que Dios es y tiene para nosotros.

Esperamos que el siguiente testimonio ayude a ilustrar que es posible experimentar a Cristo para expresar a Dios en nuestro diario vivir y en todo tipo de circunstancias:

Tras sufrir un robo en casa, tenía mucha inquietud en mi interior. Constantemente le pedía a Dios que me diera tranquilidad y paz. Así oré durante semanas, y aunque a veces encontraba alivio, era temporal y la angustia siempre regresaba. Un día, mientras permanecía en Su Palabra, recibí cierta luz en mi interior: estaba limitando a Cristo a simplemente concederme cosas. Le pedía paz, y esperaba que me la enviara como si fuera un paquete que podía recibir de inmediato. Pero Dios no reparte virtudes sueltas según nuestras necesidades. Él nos  da a Cristo mismo. Necesitaba avanzar en mi experiencia y conocer al Cristo que Dios me da como mi tranquilidad, mi paz y mi seguridad.

Después de varios meses teniendo esta nueva experiencia en Cristo, me reuní con dos queridas amigas. La confianza que hay entre nosotras nos permitió hablar de manera genuina, así que les compartí cómo habían sido mis últimos meses: llenos de dificultades y muchas consideraciones. Luego, una de ellas relató que había presenciado lo que al parecer fue un secuestro. En ese momento no supo cómo reaccionar ni cómo ayudar a la persona involucrada. Aquello la había dejado profundamente intranquila, sin poder dormir, y con la sensación de culpa e inseguridad. Cuando terminó de compartir, me miró y dijo: "Me siento tan intranquila. Pero te escucho a ti, que también has pasado por meses difíciles, y me impresiona lo tranquila que estás. Yo quiero tener esa paz que tú tienes".

A decir verdad, mi relato no fue particularmente alentador. No recuerdo los gestos que hice ni las palabras exactas que usé durante toda la plática; tampoco hablé directamente de mi experiencia en Cristo. Sin embargo, ahora entiendo que algo del Cristo que comenzó a ser real en mí se expresó como la paz que mis amigas pudieron percibir. R.G.

La Biblia habla tanto de la paz de Dios (Fil. 4:7) como del Dios de paz (Ro. 16:20); por tanto, la paz genuina es Dios mismo. A medida que tenemos contacto con Él, Sus atributos llenan nuestras virtudes y Él se expresa por medio nuestro; no porque nos esforcemos para lograr cierto comportamiento externo, sino porque hay una realidad que brota desde nuestro interior. Que Dios abra nuestros ojos para conocer a Cristo, Aquel que es la imagen del Dios invisible. Si lo buscamos, Él se hará real a nosotros en cada situación.

 

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