Ingerir, digerir y asimilar la palabra de Dios
El concepto de Dios en cuanto a Su palabra es que ésta es alimento que nos nutre (Mt. 4:4; 1 Ti. 4:6). Al hablarnos, Dios no desea sólo proveernos información para que la analicemos, sino impartir Su elemento en nosotros y que este llegue a ser nuestra constitución. Por tanto, para poder crecer, es crucial que cultivemos hábitos que nos permitan tener una buena alimentación y digestión espiritual.
Fueron halladas Tus palabras, y yo las comí (Jer. 15:16).
Ingerir la palabra escrita
Comer comienza con ingerir alimento. La manera de comer la palabra de Dios es leerla con un espíritu ejercitado en la oración. Si solamente leemos las letras escritas obtendremos conocimiento pero no vida. Sólo el Espíritu que está contenido en las palabras de la Biblia puede darnos vida (Jn. 6:63; 2 Co. 3:6). Así que, para recibir la palabra como nuestro alimento necesitamos ejercitar nuestro espíritu al leerla. Sólo de esta manera tendremos contacto con el Espíritu que está en la palabra y nuestro ser interior será iluminado, refrescado y vigorizado.
Además del ejercicio de nuestro espíritu en esta etapa de ingestión, nuestra mente tiene un papel importante, por lo que no podemos eludir la necesidad de estudiar.
¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con la mente (1 Co. 14:15).
Con nuestro espíritu tenemos contacto con el Señor cuando leemos la Biblia, mientras que con nuestra mente buscamos entender el significado de palabras y alegorías, e identificamos puntos cruciales. La verdad entra y se aloja en nuestro ser mediante la mente. Como resultado de nuestra oración y estudio, recibiremos luz y revelación. A fin de que esa verdad permanezca en nosotros es necesario que memoricemos lo más que se pueda. La verdad que se aloje en nuestra memoria podrá ser utilizada por el Señor más adelante en el proceso de digestión.
Y aunque recibir revelación o lograr entender cierta verdad nos llena de gozo, necesitamos comprender que es sólo el inicio del proceso. Si nos detenemos allí sintiéndonos satisfechos con lo obtenido, la palabra que recibimos no tendrá mucho efecto en nosotros. Permanecerá como una revelación muy general y externa; aún no será nuestra. Ahora es necesario avanzar a la etapa de digestión.
Activar el proceso: mezclamos la palabra con fe
Después de entender cierta verdad, necesitamos encontrar tiempo para reflexionar sobre lo que hemos leído y entendido. Esa reflexión puede basarse en lo que retuvimos en nuestra memoria o en alguna nota que tomamos. En otras palabras, la verdad que entendemos se convierte en el material para nuestra comunión con Dios en nuestro espíritu; mezclamos la palabra con fe.
Pero no les aprovechó la palabra oída, por no ir mezclada con la fe en los que la oyeron (He. 4:2b).
Esta clase de reflexión le provee al Espíritu Santo la oportunidad para iluminarnos y hablarnos, no de manera general sino específica y directa en relación a la circunstancia que estamos atravesando o con respecto a algún aspecto que Él quiere tocar de nuestro ser. Ahora, lo que anteriormente fue un hablar general ha llegado a ser una palabra específica en nuestro interior: el logos ha llegado a ser réma (Jn. 6:63).
Digestión: damos vía libre a Su hablar directo
Nuestro cuerpo físico tiene buena digestión cuando el alimento se descompone en nutrientes que podemos absorber para que entren en nuestro torrente sanguíneo. De igual manera en lo espiritual, cuando el hablar directo del Señor llega a nosotros, necesitamos darle acceso completo a nuestras partes internas. La manera práctica y sencilla es decir amén a Su palabra. Pero si ignoramos esa voz tenue y breve en nuestro interior o simplemente nos resistimos a ella, la palabra réma no alcanzará las partes que desea tocar. Por el contrario, resultará en indigestión espiritual, es decir, perderemos el apetito por la palabra de Dios y nos volveremos insensibles a Su hablar.
Por lo tanto, necesitamos aprender a decir amén cuando Su réma llega a nosotros. Necesitamos confesar y tomar medidas con base en la luz que Su hablar trae a nosotros. Cuando decimos amén a Su palabra específica, el elemento de Dios encuentra vía libre en nuestras partes internas para realizar allí Su operación.
Asimilación: el elemento de Dios se constituye en nosotros
Finalmente, el elemento de Dios se constituirá en nosotros. La verdad que escuchamos ya no será algo externo, sino que ahora la poseemos. Ha eliminado elementos negativos y viejos y ha añadido un elemento nuevo en nuestro interior. El apóstol Pablo experimentó este proceso durante toda su vida. Él permitió que la palabra de Cristo tuviera vía libre en su ser. Por eso él podía decir, "ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi" (Gá. 2:20). Por un lado era Pablo viviendo, pero por otro, era Cristo quien se había constituido en él.
Que todos nuestros días sean días de ingerir, digerir y asimilar el hablar de Dios.
Otros recursos
No sólo enseñados sino nutridos
Si sabemos cómo nutrirnos con estas palabras, podremos nutrir a otros. Descarga y disfruta el podcast #8 del Estudio-vida de 1 Timoteo.